Las medicinas prehispánicas en México son uno de los
grandes avances que lograron florecer las culturas mesoamericanas; en México-Tenochtitlan
su práctica médica y quirúrgica se consideraba como uno de los más grandes
testimonios del esplendor de su cultura. Logró impactar el desarrollo de la
medicina y cirugía; estos médicos mexicas acumularon una colección de datos
tanto clínicos como patológicos basados en la observación y experimentación.
Integraron una nomenclatura médico quirúrgica que da a
conocer sus grandes adelantos en este campo, no sólo en la anatomía externa
sino también en la interna. Además contaban con una variedad de sustancias simples
y complejas con narcóticos y estimulantes de origen vegetal, componentes de
origen animal y mineral.
Según fray Bernandino
de Sahagún, no había una separación entre la medicina y cirugía. La práctica
quirúrgica se consideraba una consecuencia técnica del conocimiento y ejercicio
médico, de modo que el buen médico debía ser un buen cirujano. Las cualidades
del médico que integra la práctica de la medicina y cirugía: “el médico suele curar y remediar las
enfermedades; el buen médico es entendido, buen conocedor de las propiedades de
las yerbas, piedras, árboles y raíces, experimentado en las curas, el cual
también tiene por oficio saber concertar los huesos, purgar, sangrar y sajar y
dar puntos y al fin librar de las puertas de la muerte”.
Sin embargo, la misma
práctica demuestra que realmente existía una separación entre la medicina y
cirugía desde el momento que cada uno tenía un área de acción determinada. Su práctica
de la medicina tenía una organización bien establecida que les permitió un
sistema de especialidades muy avanzado, permitiéndoles acumular gran
experiencia para el manejo de
enfermedades.
Su especialización
comenzaba realmente desde el momento que hombres y mujeres recibían la atención
por los médicos de su mismo género, Motolinía menciona: “a las mujeres, siempre las curaban otras mujeres, y a los hombres
otros hombres.”
De acuerdo a la
práctica de un procedimiento determinado, estaba el médico general se le conocía como ticitl o tepatiani, aquél
que se encargaba del manejo de las enfermedades internas era el tlamatepatliticitl, y el cirujano, el toxoxotaticitl; el tepatiani, curador de la mollera, presionaba el paladar de los
niños con el fin de acomodar la fontanela; el tezoani, pintaba figuras en el cuerpo antes de realizar una sangría
para curar la disentería.
Otros como el tezalo o teomiquetz, manejaban las fracturas de los huesos; tlancopinaliztli, el dentista; texiuhqui, encargado de rasurar con navajas
el lugar que indicaban los cirujanos; las parteras que ocupaban un lugar
preponderante; y los cirujanos de trauma, formaron parte de un cuerpo médico
militar dentro de los ejércitos, y se encargaban de la atención de los
lesionados en el lugar de la batalla.
Los procedimientos quirúrgicos
realizados eran varios y variados, y como mencionado antes, con un especialista
dependiendo de la herida o enfermedad a tratar. En las suturas, se utilizaban puntos separados empleando cabellos limpios
aplicando posteriormente sobre las heridas balsamos, maripenda y leche del itzontecpatli,
del tabaco y otras hierbas. En regiones especiales como la nariz, la suturaban
con cabellos y aplicaban sobre los puntos miel blanca mezclada con sal. Para el
labio usaban la misma técnica de sutura, aplicando sobre ella savia del maguey llamada
meulli.
Para el manejo de heridas, desarrollaron un
completo sistema de clasificación relacionado por un lado con los instrumentos
causales, generalmente las armas de guerra como flechas, lanzas, macanas, etc. Por
otro lado, de acuerdo con Flores y Troncoso, las clasificaron en relación con
las regiones anatómicas comprometidas: al primer grupo corresponden las temotzoliztli heridas superficiales o rasguños;
en el segundo grupo las dividieron en quecheotonaliztli a las heridas de la cabeza.
En el drenaje de
abscesos
utilizaban una mezcla de cal con del pícietl para permitir su maduración
y a continuación hacían una incisión en cruz para drenar la pus, posteriormente
lavaban con orina, aplicando después ocótzol.
En el manejo de
pterigión, los cirujanos teixpati, los cuales conocían y
clasificaban las enfermedades de los ojos en relación con la estructura
afectada como los parpados, la conjuntiva, córnea y el cristalino. Sahagún se
refiere al pterigión como “enramada de los ojos”; su tratamiento era mediante
la incisión de la membrana conjuntival afectada, con una espina, aplicando después
leche de mujer, mezclada con el jugo de la hierba chichicaquílitl y la
savia de la raíz de la hierba yiztaquíltic, de esta manera desaparecían
las lesiones.
Para el manejo de
amigdalitis,
mencionada por Sahagún como “enfermedad de las sequillas”, la técnica consistía
en realizar una incisión sobre ellas “hasta la raíz” y después de extirparlas
aplicaban piciete molido mezclado con la yerba llamada yietl con
sal, aplicándolo caliente; cuando en el lecho amigdalino aparecía el exudado
fibrinoide: “la carne se fuere pudriendo”, se tomaba una penca de maguey secada
al sol, y pulverizada se aplicaba en el lecho.
En la circuncisión,
la realizaban a los recién nacidos en ceremonias rituales durante la fiesta de Huitzilopochtli.
Las amputaciones
fueron las cirugías mayores realizadas por los cirujanos indígenas y
cuando era supracondílea en el muslo le llamaban tlanquatepuntic; las
del brazo mantepultic y las desarticulaciones se designaban como nitetzatzayaua.
Para el manejo de fracturas y luxaciones utilizaban dos maniobras fundamentales: la extensión y la coaptación. Al lograr la alineación se procedía a la aplicación de emplastos consistentes y pegajosos con raíz de acotle y tuna sobre la lesión, al secarse se endurecían, luego usaban plumas y un lienzo para cubrir y acojinar la parte afectada, finalmente, alrededor y siguiendo en eje longitudinal del hueso aplicaban cuatro tablillas llamadas vapaltontli que sujetaban a la piel con cuatro cintillas. Se mantenía durante veinte días permitiendo la consolidación de la fractura. En fracturas desplazadas y complicadas con defectos en la consolidación, exponían nuevamente la fractura, reavivando por raspado sus extremos e introducían en el canal medular una varilla de ocote fijándola y luego se volvía a manejar con la técnica ya descrita. Las luxaciones eran manejadas por cirujanos especializados: tezalos, y para la reducción de luxaciones hacían compresión en la zona afectada continuando con extensión forzada hasta conseguir su alineación, para la inflamación que la acompaña molían las raíces de cocolpatli aplicándola de dos a cuatro veces al día. En caso de que los signos inflamatorios persistieran realizaban una sangría (sangrado).
Los grandes avances y conocimiento de los Mexicas sorprendieron
a los conquistadores, Fray Toribio de Benavente, quien llego a estas tierras
nuevas quedó impresionado por los adelantos de la medicina: “tienen sus médicos, de los naturales experimentados, que saben
aplicar muchas yerbas y medicinas, que para ellos basta; y hay algunos de ellos
de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves, que han padecido
españoles largos días sin hallar remedio, estos indios las han sanado”. Como
en el caso de las fracturas desplazadas, señala Viesca Treviño que la técnica
utilizada no fue utilizada hasta la Segunda Guerra Mundial, dando muestras por
lo tanto del notable progreso de la cirugía indígena.
Sin embargo,
durante la conquista y colonización de la evolución del saber indígena tratada quedó
fatalmente truncada, ya que los pueblos sometidos cambiaron en forma dramática
su forma de vida, debido al poder aniquilador sobre la población y devastador ocasionado
por los peninsulares. De este modo el desarrollo de la medicina indígena que
pudo haber evolucionado hacia grandes avances, quedó fulminado repentinamente junto
con el imperio azteca.
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